Nuestra Señora del Castillo de Cullera.

«Pues Castillo sois, Señora, del Divino Emperador: Conceded vuestro favor al devoto que lo implora»Gozos a la Virgen del Castillo,
del M. I. Dr. Ríos. S. XVIII

La Virgen María es el auténtico santuario vivo del Hijo de Dios, el Arca de la Alianza nueva.

Al admirar la serena belleza de la venerada imagen de María, su rostro nos cautiva y hace sentir la presencia y cercanía de la Madre del Cielo.

Ella es testigo de la oración que, de generación en generación, se ha elevado en su presencia como voz suplicante del necesitado, consuelo del afligido, júbilo agradecido de quien ha obtenido favor y Misericordia.

Por eso la Virgen del Castillo se ha convertido en signo de identidad de nuestro pueblo.

La Virgen en su camarín.

La verdadera devoción a María no consiste ni en un sentimiento pasajero y sin frutos, ni en una credulidad vacía. Procede de la verdadera Fe, que nos lleva a reconocer la grandeza de la Madre de Dios y Madre nuestra, y nos anima del mismo modo a amar como hijos a nuestra Madre y a imitar sus virtudes amando a cuantos en Dios somos hermanos.

La oración, unida a la misericordia, la justicia, la unidad y la paz, trasforma, la vida de quienes por la intercesión de María tienen un encuentro personal con Cristo Vivo, que como Niño, la Virgen lleva en sus brazos y lo entrega para que lo encuentren los que lo buscan, naciendo así en la persona humana la nueva criatura engendrada por el Amor de Dios para que nuestra vida y alegría llegue a plenitud.

El encuentro con María, Estrella de la Evangelización, nos impulsa a anunciar, con la palabra y el servicio fraterno «las maravillas del Señor».

La Legendaria Tradición

Un pastor de Utiel estaba apacentando su rebaño en el monte de Cullera, en el Barranco de Santa Marta.

De repente, le pareció oír un ruido que procedía de una gran peña cubierta de matojos, que se hallaba cerca de la ermita. Creyendo que sería un conejo lanzó rápido su cayado hacia tal punto.

Al acercarse y buscar entre las matas, se encontró con dos imágenes de la Virgen.

A una de ellas le faltaba un brazo. Ésta la entregó en la parroquia de Cullera. La otra al volver a su pueblo, la entregó en su parroquia. Transcurrida la primera noche en Utiel, al abrirse al culto por la mañana ambos templos, se vio que las dos virgenes se habían intercambiado por sí solas.

Posteriormente el Rey D. Jaime mandó que la de Cullera fuera trasladada de la Iglesia parroquial al Castillo.